Por la noche empiezan a llegar rachas de viento que me obligan a anclar uno de los puntos laterales al suelo. Lo hago sin levantarme y finalmente no resulta necesario hacer lo mismo con el resto del lateral.
En cuanto me pongo de pie me doy cuenta de que la cosa no pinta bien. Me duelen los tendones de aquiles. Decido avanzar suavemente para ver si entran en calor y se pasa o al menos reduce el dolor.
Entre tanto, amanece.
Poco a poco voy avanzando, pero en cuanto comienzan las pendientes me doy cuenta de que no puedo. Decido volver a Uharte Arakil, por si la cosa empeora, y esperar allí hasta mañana, a ver si mejoro. Finalmente, y viendo que me ha costado muchísimo llegar al pueblo, decido volver a casa. Mañana esto no va a estar suficientemente bien, y pasado, seguramente tampoco.
Esperando al autobús, tengo claro que la culpa de la lesión es mía. Durante los tres días he bebido mucho menos de lo habitual y apenas he estirado.
Decisión acertada la de regresar porque a pesar del reposo al día siguiente la situación empeora y se me hinchan y duelen todavía más.
Volveré a intentarlo.
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