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El tercer día la cosa se puso seria. Tras un agradable tramo por bosque con algunas vistas a la primera gran montaña, el Canigó, vino un descenso a Amélie les Bains en el que empecé a tener molestias de rodilla.
Canigó. Atención a lo azul del cielo.
Amélie les Bains.
Por si tener la rodilla tocada no fuese suficiente, venía una subida desde 240m a casi 2800m. Y si todavía seguía sin ser suficiente, estalló una tormenta que parecía tirarme baldes de agua a la cara. Sí, unas pocas horas después del cielo azul de dos fotos más arriba.
Entre tanto, yo ya iba arrastrando mi pierna derecha, buscando el estiramiento mágico que me la arreglase, porque no podía ni doblarla. Fue la única noche en la que me di una ducha caliente, esperando que el calor ayudase a mi rodilla. No fue así.
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